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lunes, julio 27

Anoche

Las entradas propagadas, con sabores diversos en los que se clasifica la diversión; se derama tras la ruptura de un corazón.

Las salidas, tan súbitas que quebrarían cualquier noción. La tinta tan espesa que se pega y se escurre en cada poro del papel. Haciéndose inmortal, comenzando a existir.

Hay que tomarlo en serio, pues es lo que somos.

Se observan dos mesas, con dueños diferentes. Se miran y ella coge el vaso con la mano derecha. Él tiene el sabor artificial y burbujeante reposando en la garganta. Da un sorbo y un eructo se le forma en la barriga. Se observan de nuevo. Ella toma un lapicero y escribe sobre servilletas. Él tiene curiosidad de ver qué es lo que apunta.

Se observan platos sucios después de una gran merienda. Parecen estar sedientos de exprimirse el corazón. Él lanza un intento de beso al aire. El aire corresponde, pero ella lo ignora. Al ignorar, él se levanta y comienza a buscar dinero en su billetera. Deja el billete y camina al baño. Ella cruza las piernas y mira a la ventana. Como esperando a que el lugar se le derrumbara ensima, como si quisiera partirse en dos, o en mil. Como si la lluvia la disolviera por completo.

Se oyen los pasos acercándose. Él deja caer la ceniza en su falda y ella aprieta los labios.

—¿Te gustan los dulces? — La cuestiona con la mirada.
—Si — Calla y su mano se queda a media trayectoria. Reacciona. La pena toma acto de presencia y la esconde entre el bolsillo de su chaleco.
— Toma, odio la sandía— Dice él entre dientes y apaga el cigarrillo en el suelo. Calla y un silencio fétido gobierna el lugar.
Sólo se oyen sus respiraciones y el ruido del tráfico ensordecedor, tanto que aturde.
Él sale del lugar sin palabra alguna y cruza la calle sin percances.
Ella sólo termina su bebida y tira los dulces al cesto de basura.