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viernes, julio 13

Cartas Anónimas

El ruido de las gotas de lluvia rebotando en el asfalto eran opacado por el cristal que sellaba la ventana.
Un Volkswaguen rojo, del año 84, algo viejo pero bien cuidado, se estacionó y unas botas del estilo vaquero se bajaron y se empaparon con el agua estancada que recorría la linea que dividía el empedrado de la acera.
La poosedora de este vehículo bajó de él y abrió un paraguas negro para atajarse de la lluvia y se cubría con  la manga derecha el rostro para que las gotas no arruinaran tan rápido su maquillaje.
En la mano izquierda tenía una carta envuelta en plástico para que esta no se empapara y se arruinara. Caminó una cuadra fijándose que no hubiera letreros de no estacionarse en donde ella lo había hecho. Los problemas con las grúas y los operantes eran pesados y caros además. Rara vez alguno de ellos se hacía el difícil para obtener una mordida, pero a veces, parecía que algunos tenían moral y ética, y ella prefería no toparse con ninguno de los dos.

Cruzó la calle y llegó al pie de una casa con facha rosa, buscó un buzón en la puerta pero ni uno se asomaba por ninguna parte. Así que se agachó, buscó con sus dedos una abertura de una anchura adecuada para que la carta entrara por ella.
Al ver cómo se deslizaba el cuidado papel, optó por levantarse de una manera rápida y apresurarse a regresar al auto. No quería que nadie viera que fue ella quien dejó una carta.