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domingo, mayo 31

En sus rostros caían pequeñas gotas de lluvia. En la piel, se sentían como besos fríos de la noche. Y el humo del cigarro no les calentaba ni un poco. Atentos a la enorme densidad de la ciudad. Sus luces sí calentaban. El aire de las personas, los mantenían unidos. Tibios.

Cada uno, fumaba una calada. Luego, nos vino a acompañar la eterna pregunta: "¿Lo mato?".
Y el siseo instantáneo que se desprende del fitro incendiado sobre el charco.
Todo parecía perdido. Todos sabían dónde estaban. No quedaba más, que encomendarse a cada mentira suya.