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viernes, junio 19

Tenue

De su boca salión un quejido agudo e irritante, tanto, que podía sacar de sus cabales a cualquiera.
Las brillantes lágrimas que salieron de sus ojos, rodaron por toda la extención de sus mejillas. Piel suave, blanca y con un aroma delicioso.
Sacó su lengua y la punta se dirigió en busca del sabor de una de las gotas.
El sabor salado que esperaba, fue comprobado por sus papilas gustativas, exaltadas por el extraño sabor.

-¡Calla a ese niño!- Magnolia grita desde la otra habitación.

Es fácil pedir silencio, pero es casi imposible que sea instantáneo. Julieta prefería que si hubiese ruido, que sea de risas y gritos que de chillidos molestos. De esos que taladran los oídos.
Tomó al niño de la cintura y lo cargó para que el oído del pequeño oyera su corazón.
Julieta tiene la teoría de que un bebé en los primeros tres años, aún buscan el vínculo que tenían en la placenta.
Cuando nació, nadie le dijo al bebé que ya estaba afuera. Se fue dando cuenta al paso de los días. Despertaba gritando porque extrañaba el calor interno de su madre y la desnudez con la que se arropaba. Aborrecía tanto la nueva cubierta que lo protegía. El algodón molestaba su piel hasta sacarle algunas ronchas. Odiaba la fría cuna y la soledad que lo invadía. Así que en esos casos, en los que el diminuto ser, daba su ruidosa protesta, Julieta lo sacaba de la cuna y le abría un lugar entre sus cobijas y su seno. El bebé amanecía con ella y no volvía a llorar en las noches. Hasta el otro día.
Así ahora. El oído del niño percibía los latidos maternales. Era como volver a estar adentro. Ella producía un sonido, "Shh, shh, shh,". Dicen que ese sonido es parecido al fluír de la sangre cuando está uno adentro. Y eso lo tranquilizaba. Daba resultado. Los ojos del varón poco a poco se cerraban y despacio, iba dejándo caer su peso en los brazos de Julieta.
Afuera llovía. Una sensación de bienestar los envolvía a ambos hasta el sueño.
A los dos les recordaba el amor con el que los abrazaba el útero algún día.